Cuando, en 1646, el fundador de la
Biblioteca Ashmoleana dejó constancia por escrito de que había sido iniciado
como Francmasón en Warrington; o cuando unas cinco décadas más tarde los
arquitectos, contratistas y superintendentes de trabajos empleados en la
reconstrucción de la Catedral Metropolitana se reunieron tras su jornada
laboral en una reunión masónica de otro cariz en la Taberna del Ganso y la
Parrilla, junto al Cementerio de San Pablo, nadie podía haber previsto que, a
lo largo de los dos siglos siguientes, y partiendo de la exigua comunidad de
Francmasones existente, florecería la vasta organización que conocemos hoy en
día. Actualmente poseen carta patente emitida por la Gran Logia Unida de
Inglaterra aproximadamente tres mil Logias masónicas, las cuales agrupan a una
membresía de 150.000 Hermanos. Los territorios de Escocia e Irlanda trabajan
bajo Obediencias propias pero siguiendo líneas generales similares a las de la
Gran Logia Unidad de Inglaterra, mientras que en las colonias británicas, Estados Unidos y en todos los países civilizados del mundo
-con excepción de Japón- encontramos
organizaciones masónicas, haciendo que el número total de miembros en todo el
planeta suponga una multitud incontable y
que crece año tras año. Resulta obvio que la idea masónica ha arraigado y
continúa firmemente enraizada en la mente de una parte considerable de la
humanidad, sin que la distintición por razón de raza o idioma haya podido
suponer un obstáculo para que sea apreciada universalmente. La propia
naturaleza interna del fenómeno resulta ignorada dentro de la misma comunidad
masónica, aunque el hecho externo de la difusión del sistema masónico a lo
largo y ancho del mundo es no solamente notorio, sino que es ampliamente
provechoso para los miembros de la Fraternidad, de modo que puede ser
recomendable detenerse en unas consideraciones al respecto, preguntándonos cuál
es el secreto de la amplia expansión que la Francmasonería ha experimentado
durante los dos últimos siglos, y que sigue experimentando.
La cuestión es sin duda compleja, y
ante esta cuestión
puede ofrecerse una diversidad de respuestas improvisadas, cuyo valor depende
ampliamente de la perspicacia del interlocutor y de su favor o rechazo hacia el
sistema masónico. El hecho de que este sistema proporcione una ocasión para el
encuentro social, fraternal -y para dar gusto a los escépticos, añadiría que
lúdico- entre individuos que han optado por integrarse en una fraternidad
distintiva sin un propósito más profundo que este, no parece suficiente para
justificar a una organización tan robusta y firmemente asentada, a la que han pertenecido personalidades de tanta eminencia desde el pasado hasta el
presente.
Que la Orden fomente la beneficencia y
la filantropía, lo que sin duda hace y con elegancia, es otro pretexto
igualmente equivocado, pues la Masonería no fue concebida para ser, y no es,
una sociedad benéfica, de modo que sus proyectos de caridad no son sino algo
meramente accesorio, y lejos de ser la razón de su existencia.
Que la Orden sea una escuela de moral
con tendencia a promover la paz y la buena voluntad entre los hombres, lo que
también es verdad en un sentido amplio, no es tampoco suficiente, pues los
hombres no necesitan ingresar en una sociedad secreta, somentiéndose a una
obligación de silencio, sencillamente para aprender una ética rudimentaria que
todo el mundo conoce y practica.
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Una portada de la revista Occult Review |
Que la Masonería sea, como se dice con
frecuencia, un motor para promover mutamente el ascenso social de sus miembros
en detrimento de los que no lo son, o una tapadera para la intriga política, o
una pantalla para propagar ideas antirreligiosas, son sospechas vanas. El hecho
de que en el pasado haya acogido intrigas u otras conspiraciones, como las
relacionadas con jacobitas y legitimistas tanto en Inglaterra como en Francia
en la época revolucionaria, bajo los auspicios de sociedades que se
autodenominaban masónicas, es sin duda un hecho. Pero esto, cuando es probado,
demuestra únicamente que se ha empleado de manera fraudulenta un sistema creado
para propósitos por completo diferentes. Por lo que se refiere a la Masonería
británica de hoy en día, resulta tan inocente como una reunión de amas de casa,
y de hecho se mantiene al margen incluso cuando las distintas iglesias
nacionales adoptan uno u otro sesgo político, ya sea de manera más activa o
pasiva, mientras que la conocida excomunión por parte de la Iglesia Romana
contra la Fraternidad Masónica, como si estuviese invadiendo los derechos
exclusivos de la Iglesia sobre la espiritualidad, queda reducida al ridículo
cuando se contempla el perverso registro político de esa misma iglesia.
Por eliminación, pues, llegamos a la
única razón de ser que nos queda para la expansión y popularidad del sistema
Masónico: el significado e implicaciones de sus ritos y ceremonias. Ahora bien,
si no existiese en ellos, o en una cierta voz manifestándose sutilmente en los
mismos, una vez que todo lo superfluo y añadido ha sido descartado, la esencia
fundamental y el secreto de la vitalidad y el desarrollo de la Masonería,
entonces no quedaría justificación alguna ni sentido real para su existencia.
No importa que, en el caso de la mayoría de los miembros de la Orden, esa voz no resuene con potencia, ni
que su propósito sea débilmente reconocido; del mismo modo que es preciso
admitir que entre los mismos Masones son pocos los conscientes de la herencia
de la que participan. Pero el hecho es que en el interior de esos ritos hay
algo velado y latente, aunque se encuentre
en sus profundidades, y que, por débil que sea, provoca una respuesta en
aquellos que toman parte en dichos rituales; alguna remota causa causans
al margen de lo impresionantes y solemnes que puedan resultar los mismos
rituales, que por otra parte suelen permanecer incomprendidos e inactivos en la
conciencia, pero que no obstante inducen a aquellos que los representan a
intuir que se hallan en presencia de un misterio que alcanza la raíz misma de
su ser, así como que para ellos es bueno encontrarse allí.
¿A qué elemento de los ritos masónicos
debemos atribuir la eficacia y sutileza de esta llamada? Entre la Fraternidad,
así como entre el público profano, hay muchos que, a falta de mejor
información, suponen que la Masonería es un sistema de antigüedad inmemorial,
que por alguna razón poco definida fue instituido para un fin igualmente poco
definido por los primeros habitantes del Oriente, y que por alguna razon
también poco clara resulta conveniente practicar en el Occidente. Se supone
también que los predecesores de la actual Masonería tenían interés en la
construcción operativa y erigieron, entre otros edificios anteriores y
posteriores, el Templo nacional de Israel en Jerusalén, tradicionalmente
asociado con el Rey Salomón. Disipar los errores inherentes a estas
suposiciones, rasgar los velos y mostrar el significado interior y real de este
contenido, me llevaría más allá de los límites que impone este artículo. Es
bien conocido el hecho de que los sistemas de Iniciación en ciertos secretos y
misterios espirituales fueron creados en tiempo inmemorial; y es sin duda
cierto que esos gremios y guildas de canteros operativos poseían igualmente
rituales elmentales, signos secretos, toques y privilegios que florecieron
desde épocas remotas y han subsistido hasta épocas relativamente recientes. Es
también un hecho que al menos los arquitectos jefes y obreros de superior
cualificación pertenecientes a tales comunidades estaban profundamente
intruidos en lo referente a la teogonía
y monumentos del pasado, tal y como las grandes catedrales de la cristiandad
atestiguan, al igual que conocían los principios del simbolismo más profundo,
de modo que con mentes consagradas y manos reverentes introducían tales
principios en la construcción de los edificios religiosos, plasmando así de
forma colateral en la piedra el templo perfecto que el hombre debe construir en
su mente y cuerpo,
si desea participar de otro templo que es eterno y no está construido por las
manos. Pero esto dista mucho de afirmar que la Masonería moderna sea la
perpetuación, o una imagel fiel y lineal, de los antiguos sistemas mistéricos o
bien de las comunidades masónicas operativas, aunque sin duda persisten puntos
en común con ambas. Todo Masón es consciente de que la Masonería tiene como fin
iniciar en ciertos secretos y misterios, del mismo modo que todo Masón es
consciente de que se emplean herramientas, aparejos y terminología de los
masones operativos. Pero le bastará reflexionar mínimamente para percatarse de
que los secretos y misterios a los que se refiere no son los propios de una
actividad artesanal (los cuales, por supuesto, no tienen otro valor salvo el
meramente profesional o comercial), y que las particularidades de la actividad
operativa han sido empleadas únicamente como soporte externo con el cual
revestir verdades de orden moral y espiritual; y finalmente que el principal de
entre los Grados Simbólicos, el que incluye su gran leyenda central o historia
tradicional, así como sus Grados predecesores, que representan los procesos de
purificación previos, tiene como misión, desde la primera palabra de la
apertura hasta la final del cierre, la presentación velada de algo que, por una
parte, está tan alejado de la arquitectura terrenal como el Oriente lo está del
Occidente, y por otra, es el elemento integrador y culmen de cualquier sistema
religioso antiguo de Iniciación.
Así pues, en la Masonería especulativa moderna se da una confluencia de
dos sistemas distintos. En algún momento durante el Siglo XVII, los ritos
elementales de pertenencia empleados en las ya virtualmente obsoletas guildas
operativas fueron absorbidos y adaptados, en circunstancias que nos resultan
muy oscuras y por parte de individuos que nos resultan igualmente oscuros, con
el fin de servir como vehículo para la expresión de una doctrina altamente mística
y religioso-filosófica, desconectada de la arquitectura mundana y sin relación
alguna con cualquier forma de masonería que no fuese la metafórica, de modo que
se pasó a hablar de la construcción –o más bien reconstrucción y reintegración–
de ese templo incompleto que es el alma humana. Puede dejarse constancia, en lo
referente a este punto, que el mérito de haber llegado a esta conclusión
corresponde totalmente al Sr. A. E. Waite, quien las expresó por primera vez en
ciertos textos ilustrativos incluidos en sus Escritos Sobre Misticismo,
añadiendo otras opiniones que lo confirman en su siguiente libro, La Iglesia
Oculta del Santo Grial. Los hechos que conducen a tal conclusión habían
pasado inadvertidos para los historiadores de la Masonería, quienes elaboraban
sus teorías desconociendo por completo, y desde luego sin poseer el dominio de
la materia del Sr. Waite, los movimientos ocultistas y místicos que
transcurrían tras la escena de la historia visible en Europa durante los
pasados siglos, lo que les ha impedido trazar la auténtica génesis de la
Masonería moderna. Es de reseñar que durante esa génesis, así como mucho tiempo
antes, tanto este país como la Europa continental estaban repletos de
ocultistas e iniciados –con intenciones tanto nobles como fraudulentas–
pertenecientes a las escuelas de Alquimia, Magia, Rosacrucismo y doctrinas de
todo tipo. Los escritos de esa meritoria figura que fue Thomas Vaughan, así
como los numerosos testimonios de la literatura contemporánea respecto al
predominio de la búsqueda de lo oculto, dan fe de que los más honestos
estudiantes y genuinos adeptos se encontraban en dicho escenario en la época en
que se concibió el movimiento masónico, siendo razonable deducir una conexión
entre ellos y la propia Masonería. En el antiguo sistema operativo estos
personajes, o al menos algunos de ellos, hallaron, por así decirlo, un cuerpo
preparado. Importaron a ese cuerpo un nuevo espíritu y le otorgaron una vida
transfigurada; una vida que, en su desarrollo más maduro, encontramos hoy en
día en una magnitud muy superior. Por emplear una expresión del Sr. Waite,
«realizaron un experimento sobre la mentalidad de la época», y, recuérdese, fue
un experimento realizado con una perspicaz introspección y previsión, al
comienzo de una época en que la marea de la vida espiritual y la comprensión de
las iglesias oficiales se encontraba en un momento extraordinariamente bajo, al
tiempo que la marea del pensamiento racionalista y el materialismo científico
se elevaba extremadamente alto. Una época en la que quizá parecía deseable, en
aras del beneficio de unos pocos en los oscuros días que se avecinaban, una
nueva luz que diese testimonio de una verdad y una doctrina que en realidad
nunca había faltado en el mundo. Siendo mi propósito en este artículo llamar la
atención por igual tanto de aquellos que son Masones como de quienes no están
al corriente del extraordinario desarrollo de los aspectos místicos de la
Masonería y sus numerosas ramificaciones y ritos aliados, las siguientes
consideraciones quizá no sean inapropiadas, dado que su intención es esclarecer
la atmósfera nublada desde la que se percibe la auténtica historia y propósito
vital del sistema masónico, ya sea desde la propia Masonería como por parte de
los profanos. En los textos anteriormente citados –que no versan sobre la
historia externa, y virtualmente insignificante, de la Masonería, sino sobre su
contenido interior, su propósito, y su lugar en la larga cadena de tradiciones
ocultas– el Sr. Waite demuestra hasta qué punto la Masonería, tanto en sus
Grados Simbólicos como en los Altos Grados y sus Grados Colaterales, es
expresión, aunque quizá incompleta, pero aun así inequívoca, de esa Tradición
Secreta que se ha perpetuado a través de todos los tiempos con el objeto de
instruir a aquellos que deseaban fervientemente resolver el enigma de la
existencia con los métodos que dicha Tradición acredita y garantiza. La
búsqueda en pos de dicha solución siempre ha tenido lugar, aunque únicamente entre
unos pocos. Podemos llamarla la Búsqueda del Grial; o de la Palabra Perdida, o
la guarda de un Sepulcro vacío. Podemos denominarla la Gran Obra, o el
descubrimiento de la Piedra Filosofal, o referirnos a ella platónicamente como
la tarea de reintegrar el elemento divino del hombre en la Base Divina del
Universo. Los sistemas han sido muchos, pero la búsqueda, y el objeto de la
búsqueda, no son sino uno. Muchos de estos sistemas, expresados en ocasiones en
términos de asombrosa ingenuidad por temor a que las perlas que contienen
cayesen en manos inapropiadas, han desaparecido hace largo tiempo, siendo
reemplazados por otros. Al igual que las siempre renovadas ramas del Árbol de
la Vida, uno avulso non deficit alter aureus, cuando uno ha dejado de
servir surge inevitablemente otro, como si hubiese velando por Israel –el
pequeño pero siempre existente cuerpo de aspirantes dedicados y constantes–
aquellos que nunca duermen; una vigilia de Vigilantes invisibles cuya
preocupación es mantener por siempre abierto e iluminado el sendero al Centro,
a donde todas las experiencias conducen y donde todas las búsquedas concluyen.
El Sr. Waite define la Tradición Secreta como 1) los recuerdos de una
pérdida cósmica en la que ha incurrido la humanidad, y 2) los registros de la
restitución de lo que fue perdido. Se trata de un conocimiento íntimo referente
al modo en que el hombre debe retornar a su lugar de origen. Pero, de manera
paradójica, ese método de vida interior lo es de muerte interior. No hay
sistema acreditado de enseñanza mistérica que no haya proclamado, ya sea como
leyenda, símbolo o representación dramática, el hecho de que la muerte,
entendida en sentido místico, es la puerta a esa vida que no es únicamente una
existencia post mortem, sino una
unión consciente e irrefutable con la Base Eterna del Universo. Puede argüirse,
y con razón, que esa doctrina es, o pretendía ser, la de la religión pública.
No me concierne ahora discernir hasta qué punto las iglesias han conseguido o
no transmitir plenamente esta verdad a sus feligreses, y desde luego estoy
lejos de afirmar que el sistema colateral masónico pueda vanagloriarse de haber
conseguido algo más en este sentido. Pero no hay nadie entre los millones que
han recibido el Grado de Maestro Masón que no solo no haya percibido que se han
sometido a una experiencia simbólica que fue la crux y centro de todos los
grandes sistemas mistéricos del pasado, sino que además, al hacerlo así, ha
dado testimonio en su propia persona de una verdad inherente a la naturaleza
moral del mismo Cosmos.
Y en ello radica el peculiar propósito y valor de la ceremonia de
Iniciación si lo comparamos con otros sistemas que son única o principalmente
didácticos. La doctrina enseñada es aplicada inmediatamente de manera personal.
Se pretende estimular la imaginación del discípulo al hacerle identificarse, y
representar ceremonialmente, lo que es esencial que aprenda, con el fin de que
posteriormente, en su vida privada y su conciencia, se convierta en aquello que
ha representado sacramentalmente.
Al ser tal la naturaleza y propósito de los ritos arcanos, el Sr. Waite,
que parece estar en una situación privilegiada para familiarizarse con todos
los actualmente existentes, así como con los registros de otros muchos caídos
en desuso, ha podido aplicar en este libro su bien conocida cualificación como
místico para compararlos y establecer su valor. Una tarea laboriosa dirigida
con incesante habilidad y tacto, pues al tratar con asuntos que implican
compromiso de privacidad se ha encontrado por una parte con la dificultad de
evitar decir cosas que atentasen contra esos compromisos, y por otra parte con
la posibilidad de decir demasiado poco, impidiendo que un tema tan importante
como este resultase inteligible para el lector no masónico. El autor ha
conseguido superar este doble problema. Si bien ha sido leal respecto a
aquellos asuntos que constituyen el conocimiento privado de comunidades
secretas, ha sido sumamente generoso en todo aquello que excede el ámbito de
los sistemas instituidos y no puede ser monopolio de nadie salvo de la humanidad
en su conjunto. Por esta razón, aunque aquellos que son oficialmente Masones se
encontrarán en situación ventajosa en virtud de su conocimiento desde dentro,
el libro no necesita ser considerado como restringido para Masones, sino que es
para un público más amplio. Cualquier Masón, independientemente de su rango, lo
recibirá como una iluminación, quizá poco esperable en lo referente a su propia
ciencia, que es ahora y por primera vez sometida a una exégesis nunca hasta
ahora acometida. En la medida en que el profano pueda estar tan interesado como
el iniciado en el desarrollo del conocimiento místico y la filosofía, e
igualmente en las formas en que estos han encontrado expresión con el paso del
tiempo, así encontrará un amplio espectro para una instrucción y reflexión
provechosa.
Las limitaciones de espacio no nos permiten hacer referencia detallada
al contenido del libro del Sr. Waite, o a la interesante colección de
ilustraciones de símbolos crípticos e imágenes, algunos de los cuales han sido
visiblemente asociados con la expresión y transmisión de doctrinas y ritos
místicos, y de los cuales hay algunos reproducidos. Ambos volúmenes constituyen
una cuidada presentación de un trabajo único, al cual, como Masón, doy la
bienvenida con todo agradecimiento, recomendándolo a mis Hermanos y a todos
aquellos a quien pueda interesar como la más importante contribución a la
literatura masónica que ha aparecido hasta ahora. He preferido limitarme en
esta reseña a resaltar mi convicción de su valor, y a indicar la certeza de que
marcará una época en la historia de un sistema que se ha desarrollado, por así
decirlo, a partir de una semilla de mostaza hasta haber sobrepasado la tierra
entera. La Masonería, al menos en algunos de sus Grados, puede ser, tal y como
el Sr. Waite lo describe, una expresión imperfecta de la Tradición Secreta, y
el Masón medio puede, y sin duda lo hace, adentrarse en un conocimiento
incompleto del contenido total de su sistema, a pesar de estar imperfectamente
expresado, aunque puedan presentarse excusas por osar hacerlo. Pero la presente
obra debería convertir tales dudas en inadmisibles, y por esta razón puede
estar destinada a colaborar en la transformación y elevación del conjunto de la
conciencia y razón de ser de la Orden Masónica. En un sistema que se ha
desarrollado tanto como la Masonería lo ha hecho hasta ahora, y por una razón
tan oscura e intangible, resulta, ahora que esa razón ha sido desvelada y se ha
mostrado su razón de ser, que en él subyacen enormes posibilidades; y a este respecto
me refiero menos a su futuro numérico que a la estatura espiritual de sus
miembros.
La Masonería puede convertirse también en un baluarte de poder para el
bien, máxime teniendo en cuenta la constante decadencia de las iglesias y lo
insípido de sus enseñanzas. En relación con su futuro surge el tema, cada vez
más acuciante, de la admisión de las mujeres, contra la que no hay, desde
luego, ninguna objeción sustancial ni a priori. El conservadurismo que surge de
una costumbre largamente establecida puede desvanecerse una vez que se ha alcanzado
conciencia plena de la dimensión de esta búsqueda. Algunas Logias del
continente están abriendo sus puertas a las mujeres, al tiempo que la Masonería
mixta, junto con la Sociedad Teosófica, suponen ya numerosas Logias que admiten
a ambos sexos. El Sr. Waite se muestra algo impaciente respecto a esta última
tendencia, pero más debido al notorio patrocinio que le profesó un personaje
tan esquivo como el Conde de Saint Germain que no por prejuicios ante el hecho
de que la mujer pueda participar en ritos místicos y filosóficos. En palabras
del Apóstol - Iniciado, ni el varón es sin la mujer, ni la mujer sin el varón,
en la Idea Divina, y además de los numerosos precedentes de la antigüedad, hay
buenas razones para asociarlos en cualquier sistema cuyo fin último sea la
realización consciente de dicha Idea. Hubo una vez, recordará el lector, un
edificio el cual, según las palabras de un gran profeta, fue rechazado y
condenado por el Gran Arquitecto porque había sido «cementado con mortero mal
templado». Las referencias que hago en este artículo referentes a la Masonería,
al igual que respecto al libro del Sr. Waite, no están restringidas únicamente
a los Grados Simbólicos y a su extensión, el Arco Real, sino que se extienden a
todos los Grados Masónicos y otros ritos semejantes que subyacen tras estos
Grados, quedando algunos de ellos totalmente más allá de la vista del Masón
medio. Aquellos cuya existencia es conocida por el público son, como el Sr.
Waite apunta, análogos a lo que en épocas anteriores se denominaban Misterios
Menores. Pero igualmente subsisten más allá de estos unos Misterios Mayores,
reservados para aquellos que son aventajados en el Arte. Tanto es así que se
nos garantiza en esta obra que permanecen entre nosotros hoy en día. He escrito
sobre el método masónico y el sistema iniciático en su conjunto, y si en lo que
aquí he escrito no he hecho toda la justicia que debiera a la importante obra a
la que hago reseña, la deficiencia se habrá debido al deseo de mostrar en el
espacio de que disponía el punto de vista desde el que debe ser leída. Esta
obra constituye la mayor contribución que la Orden ha recibido en el ámbito de
la Masonería descriptiva. Ahora únicamente falta que la Fraternidad Masónica –y
sin duda muchos espíritus inquietos fuera de ella– la aprovechen para ensanchar
los límites de su comprensión en lo referente a este tema subestimado pero
trascendental.