LA BASE MÍSTICA DE LA FRANCMASONERÍA




Walter Leslie Wilmshurst (1867 - 1939)


Arthur Edward Waite
(1857 - 1942)
En 1911 fueron publicados en Londres los dos volúmenes de la obra de Arthur Edward Waite La Tradición Secreta de la Francmasonería, en la que planteaba la naturaleza y los rituales del sistema masónico como un trasunto de los sistemas mistéricos de la antigüedad, así como de otros todavía existentes. La revista Occult Review solicitó al autor masónico Walter Leslie Wilmshurst que realizase una breve reseña de dicha obra, que es la que expongo a continuación. Este artículo lo traduje para ser publicado en una recopilación de artículos de Walter Leslie Wilmshurst que no llegó a materializarse, por lo que se quedó inédito. No obstante lo publico ahora por su interés.












Cuando, en 1646, el fundador de la Biblioteca Ashmoleana dejó constancia por escrito de que había sido iniciado como Francmasón en Warrington; o cuando unas cinco décadas más tarde los arquitectos, contratistas y superintendentes de trabajos empleados en la reconstrucción de la Catedral Metropolitana se reunieron tras su jornada laboral en una reunión masónica de otro cariz en la Taberna del Ganso y la Parrilla, junto al Cementerio de San Pablo, nadie podía haber previsto que, a lo largo de los dos siglos siguientes, y partiendo de la exigua comunidad de Francmasones existente, florecería la vasta organización que conocemos hoy en día. Actualmente poseen carta patente emitida por la Gran Logia Unida de Inglaterra aproximadamente tres mil Logias masónicas, las cuales agrupan a una membresía de 150.000 Hermanos. Los territorios de Escocia e Irlanda trabajan bajo Obediencias propias pero siguiendo líneas generales similares a las de la Gran Logia Unidad de Inglaterra, mientras que en las colonias británicas, Estados Unidos y en todos los países civilizados del mundo -con excepción de Japón- encontramos organizaciones masónicas, haciendo que el número total de miembros en todo el planeta suponga una multitud incontable y que crece año tras año. Resulta obvio que la idea masónica ha arraigado y continúa firmemente enraizada en la mente de una parte considerable de la humanidad, sin que la distintición por razón de raza o idioma haya podido suponer un obstáculo para que sea apreciada universalmente. La propia naturaleza interna del fenómeno resulta ignorada dentro de la misma comunidad masónica, aunque el hecho externo de la difusión del sistema masónico a lo largo y ancho del mundo es no solamente notorio, sino que es ampliamente provechoso para los miembros de la Fraternidad, de modo que puede ser recomendable detenerse en unas consideraciones al respecto, preguntándonos cuál es el secreto de la amplia expansión que la Francmasonería ha experimentado durante los dos últimos siglos, y que sigue experimentando.

La cuestión es sin duda compleja, y ante esta cuestión puede ofrecerse una diversidad de respuestas improvisadas, cuyo valor depende ampliamente de la perspicacia del interlocutor y de su favor o rechazo hacia el sistema masónico. El hecho de que este sistema proporcione una ocasión para el encuentro social, fraternal -y para dar gusto a los escépticos, añadiría que lúdico- entre individuos que han optado por integrarse en una fraternidad distintiva sin un propósito más profundo que este, no parece suficiente para justificar a una organización tan robusta y firmemente asentada, a la que han pertenecido personalidades de tanta eminencia desde el pasado hasta el presente.

Que la Orden fomente la beneficencia y la filantropía, lo que sin duda hace y con elegancia, es otro pretexto igualmente equivocado, pues la Masonería no fue concebida para ser, y no es, una sociedad benéfica, de modo que sus proyectos de caridad no son sino algo meramente accesorio, y lejos de ser la razón de su existencia.

Que la Orden sea una escuela de moral con tendencia a promover la paz y la buena voluntad entre los hombres, lo que también es verdad en un sentido amplio, no es tampoco suficiente, pues los hombres no necesitan ingresar en una sociedad secreta, somentiéndose a una obligación de silencio, sencillamente para aprender una ética rudimentaria que todo el mundo conoce y practica.

Una portada de la revista Occult Review
Que la Masonería sea, como se dice con frecuencia, un motor para promover mutamente el ascenso social de sus miembros en detrimento de los que no lo son, o una tapadera para la intriga política, o una pantalla para propagar ideas antirreligiosas, son sospechas vanas. El hecho de que en el pasado haya acogido intrigas u otras conspiraciones, como las relacionadas con jacobitas y legitimistas tanto en Inglaterra como en Francia en la época revolucionaria, bajo los auspicios de sociedades que se autodenominaban masónicas, es sin duda un hecho. Pero esto, cuando es probado, demuestra únicamente que se ha empleado de manera fraudulenta un sistema creado para propósitos por completo diferentes. Por lo que se refiere a la Masonería británica de hoy en día, resulta tan inocente como una reunión de amas de casa, y de hecho se mantiene al margen incluso cuando las distintas iglesias nacionales adoptan uno u otro sesgo político, ya sea de manera más activa o pasiva, mientras que la conocida excomunión por parte de la Iglesia Romana contra la Fraternidad Masónica, como si estuviese invadiendo los derechos exclusivos de la Iglesia sobre la espiritualidad, queda reducida al ridículo cuando se contempla el perverso registro político de esa misma iglesia.

Por eliminación, pues, llegamos a la única razón de ser que nos queda para la expansión y popularidad del sistema Masónico: el significado e implicaciones de sus ritos y ceremonias. Ahora bien, si no existiese en ellos, o en una cierta voz manifestándose sutilmente en los mismos, una vez que todo lo superfluo y añadido ha sido descartado, la esencia fundamental y el secreto de la vitalidad y el desarrollo de la Masonería, entonces no quedaría justificación alguna ni sentido real para su existencia. No importa que, en el caso de la mayoría de los miembros de la Orden, esa voz no resuene con potencia, ni que su propósito sea débilmente reconocido; del mismo modo que es preciso admitir que entre los mismos Masones son pocos los conscientes de la herencia de la que participan. Pero el hecho es que en el interior de esos ritos hay algo velado y latente, aunque se encuentre en sus profundidades, y que, por débil que sea, provoca una respuesta en aquellos que toman parte en dichos rituales; alguna remota causa causans al margen de lo impresionantes y solemnes que puedan resultar los mismos rituales, que por otra parte suelen permanecer incomprendidos e inactivos en la conciencia, pero que no obstante inducen a aquellos que los representan a intuir que se hallan en presencia de un misterio que alcanza la raíz misma de su ser, así como que para ellos es bueno encontrarse allí.

¿A qué elemento de los ritos masónicos debemos atribuir la eficacia y sutileza de esta llamada? Entre la Fraternidad, así como entre el público profano, hay muchos que, a falta de mejor información, suponen que la Masonería es un sistema de antigüedad inmemorial, que por alguna razón poco definida fue instituido para un fin igualmente poco definido por los primeros habitantes del Oriente, y que por alguna razon también poco clara resulta conveniente practicar en el Occidente. Se supone también que los predecesores de la actual Masonería tenían interés en la construcción operativa y erigieron, entre otros edificios anteriores y posteriores, el Templo nacional de Israel en Jerusalén, tradicionalmente asociado con el Rey Salomón. Disipar los errores inherentes a estas suposiciones, rasgar los velos y mostrar el significado interior y real de este contenido, me llevaría más allá de los límites que impone este artículo. Es bien conocido el hecho de que los sistemas de Iniciación en ciertos secretos y misterios espirituales fueron creados en tiempo inmemorial; y es sin duda cierto que esos gremios y guildas de canteros operativos poseían igualmente rituales elmentales, signos secretos, toques y privilegios que florecieron desde épocas remotas y han subsistido hasta épocas relativamente recientes. Es también un hecho que al menos los arquitectos jefes y obreros de superior cualificación pertenecientes a tales comunidades estaban profundamente intruidos en lo referente a  la teogonía y monumentos del pasado, tal y como las grandes catedrales de la cristiandad atestiguan, al igual que conocían los principios del simbolismo más profundo, de modo que con mentes consagradas y manos reverentes introducían tales principios en la construcción de los edificios religiosos, plasmando así de forma colateral en la piedra el templo perfecto que el hombre debe construir en su mente y cuerpo, si desea participar de otro templo que es eterno y no está construido por las manos. Pero esto dista mucho de afirmar que la Masonería moderna sea la perpetuación, o una imagel fiel y lineal, de los antiguos sistemas mistéricos o bien de las comunidades masónicas operativas, aunque sin duda persisten puntos en común con ambas. Todo Masón es consciente de que la Masonería tiene como fin iniciar en ciertos secretos y misterios, del mismo modo que todo Masón es consciente de que se emplean herramientas, aparejos y terminología de los masones operativos. Pero le bastará reflexionar mínimamente para percatarse de que los secretos y misterios a los que se refiere no son los propios de una actividad artesanal (los cuales, por supuesto, no tienen otro valor salvo el meramente profesional o comercial), y que las particularidades de la actividad operativa han sido empleadas únicamente como soporte externo con el cual revestir verdades de orden moral y espiritual; y finalmente que el principal de entre los Grados Simbólicos, el que incluye su gran leyenda central o historia tradicional, así como sus Grados predecesores, que representan los procesos de purificación previos, tiene como misión, desde la primera palabra de la apertura hasta la final del cierre, la presentación velada de algo que, por una parte, está tan alejado de la arquitectura terrenal como el Oriente lo está del Occidente, y por otra, es el elemento integrador y culmen de cualquier sistema religioso antiguo de Iniciación.
Así pues, en la Masonería especulativa moderna se da una confluencia de dos sistemas distintos. En algún momento durante el Siglo XVII, los ritos elementales de pertenencia empleados en las ya virtualmente obsoletas guildas operativas fueron absorbidos y adaptados, en circunstancias que nos resultan muy oscuras y por parte de individuos que nos resultan igualmente oscuros, con el fin de servir como vehículo para la expresión de una doctrina altamente mística y religioso-filosófica, desconectada de la arquitectura mundana y sin relación alguna con cualquier forma de masonería que no fuese la metafórica, de modo que se pasó a hablar de la construcción –o más bien reconstrucción y reintegración– de ese templo incompleto que es el alma humana. Puede dejarse constancia, en lo referente a este punto, que el mérito de haber llegado a esta conclusión corresponde totalmente al Sr. A. E. Waite, quien las expresó por primera vez en ciertos textos ilustrativos incluidos en sus Escritos Sobre Misticismo, añadiendo otras opiniones que lo confirman en su siguiente libro, La Iglesia Oculta del Santo Grial. Los hechos que conducen a tal conclusión habían pasado inadvertidos para los historiadores de la Masonería, quienes elaboraban sus teorías desconociendo por completo, y desde luego sin poseer el dominio de la materia del Sr. Waite, los movimientos ocultistas y místicos que transcurrían tras la escena de la historia visible en Europa durante los pasados siglos, lo que les ha impedido trazar la auténtica génesis de la Masonería moderna. Es de reseñar que durante esa génesis, así como mucho tiempo antes, tanto este país como la Europa continental estaban repletos de ocultistas e iniciados –con intenciones tanto nobles como fraudulentas– pertenecientes a las escuelas de Alquimia, Magia, Rosacrucismo y doctrinas de todo tipo. Los escritos de esa meritoria figura que fue Thomas Vaughan, así como los numerosos testimonios de la literatura contemporánea respecto al predominio de la búsqueda de lo oculto, dan fe de que los más honestos estudiantes y genuinos adeptos se encontraban en dicho escenario en la época en que se concibió el movimiento masónico, siendo razonable deducir una conexión entre ellos y la propia Masonería. En el antiguo sistema operativo estos personajes, o al menos algunos de ellos, hallaron, por así decirlo, un cuerpo preparado. Importaron a ese cuerpo un nuevo espíritu y le otorgaron una vida transfigurada; una vida que, en su desarrollo más maduro, encontramos hoy en día en una magnitud muy superior. Por emplear una expresión del Sr. Waite, «realizaron un experimento sobre la mentalidad de la época», y, recuérdese, fue un experimento realizado con una perspicaz introspección y previsión, al comienzo de una época en que la marea de la vida espiritual y la comprensión de las iglesias oficiales se encontraba en un momento extraordinariamente bajo, al tiempo que la marea del pensamiento racionalista y el materialismo científico se elevaba extremadamente alto. Una época en la que quizá parecía deseable, en aras del beneficio de unos pocos en los oscuros días que se avecinaban, una nueva luz que diese testimonio de una verdad y una doctrina que en realidad nunca había faltado en el mundo. Siendo mi propósito en este artículo llamar la atención por igual tanto de aquellos que son Masones como de quienes no están al corriente del extraordinario desarrollo de los aspectos místicos de la Masonería y sus numerosas ramificaciones y ritos aliados, las siguientes consideraciones quizá no sean inapropiadas, dado que su intención es esclarecer la atmósfera nublada desde la que se percibe la auténtica historia y propósito vital del sistema masónico, ya sea desde la propia Masonería como por parte de los profanos. En los textos anteriormente citados –que no versan sobre la historia externa, y virtualmente insignificante, de la Masonería, sino sobre su contenido interior, su propósito, y su lugar en la larga cadena de tradiciones ocultas– el Sr. Waite demuestra hasta qué punto la Masonería, tanto en sus Grados Simbólicos como en los Altos Grados y sus Grados Colaterales, es expresión, aunque quizá incompleta, pero aun así inequívoca, de esa Tradición Secreta que se ha perpetuado a través de todos los tiempos con el objeto de instruir a aquellos que deseaban fervientemente resolver el enigma de la existencia con los métodos que dicha Tradición acredita y garantiza. La búsqueda en pos de dicha solución siempre ha tenido lugar, aunque únicamente entre unos pocos. Podemos llamarla la Búsqueda del Grial; o de la Palabra Perdida, o la guarda de un Sepulcro vacío. Podemos denominarla la Gran Obra, o el descubrimiento de la Piedra Filosofal, o referirnos a ella platónicamente como la tarea de reintegrar el elemento divino del hombre en la Base Divina del Universo. Los sistemas han sido muchos, pero la búsqueda, y el objeto de la búsqueda, no son sino uno. Muchos de estos sistemas, expresados en ocasiones en términos de asombrosa ingenuidad por temor a que las perlas que contienen cayesen en manos inapropiadas, han desaparecido hace largo tiempo, siendo reemplazados por otros. Al igual que las siempre renovadas ramas del Árbol de la Vida, uno avulso non deficit alter aureus, cuando uno ha dejado de servir surge inevitablemente otro, como si hubiese velando por Israel –el pequeño pero siempre existente cuerpo de aspirantes dedicados y constantes– aquellos que nunca duermen; una vigilia de Vigilantes invisibles cuya preocupación es mantener por siempre abierto e iluminado el sendero al Centro, a donde todas las experiencias conducen y donde todas las búsquedas concluyen.

El Sr. Waite define la Tradición Secreta como 1) los recuerdos de una pérdida cósmica en la que ha incurrido la humanidad, y 2) los registros de la restitución de lo que fue perdido. Se trata de un conocimiento íntimo referente al modo en que el hombre debe retornar a su lugar de origen. Pero, de manera paradójica, ese método de vida interior lo es de muerte interior. No hay sistema acreditado de enseñanza mistérica que no haya proclamado, ya sea como leyenda, símbolo o representación dramática, el hecho de que la muerte, entendida en sentido místico, es la puerta a esa vida que no es únicamente una existencia post mortem, sino una unión consciente e irrefutable con la Base Eterna del Universo. Puede argüirse, y con razón, que esa doctrina es, o pretendía ser, la de la religión pública. No me concierne ahora discernir hasta qué punto las iglesias han conseguido o no transmitir plenamente esta verdad a sus feligreses, y desde luego estoy lejos de afirmar que el sistema colateral masónico pueda vanagloriarse de haber conseguido algo más en este sentido. Pero no hay nadie entre los millones que han recibido el Grado de Maestro Masón que no solo no haya percibido que se han sometido a una experiencia simbólica que fue la crux y centro de todos los grandes sistemas mistéricos del pasado, sino que además, al hacerlo así, ha dado testimonio en su propia persona de una verdad inherente a la naturaleza moral del mismo Cosmos.
Y en ello radica el peculiar propósito y valor de la ceremonia de Iniciación si lo comparamos con otros sistemas que son única o principalmente didácticos. La doctrina enseñada es aplicada inmediatamente de manera personal. Se pretende estimular la imaginación del discípulo al hacerle identificarse, y representar ceremonialmente, lo que es esencial que aprenda, con el fin de que posteriormente, en su vida privada y su conciencia, se convierta en aquello que ha representado sacramentalmente.
Al ser tal la naturaleza y propósito de los ritos arcanos, el Sr. Waite, que parece estar en una situación privilegiada para familiarizarse con todos los actualmente existentes, así como con los registros de otros muchos caídos en desuso, ha podido aplicar en este libro su bien conocida cualificación como místico para compararlos y establecer su valor. Una tarea laboriosa dirigida con incesante habilidad y tacto, pues al tratar con asuntos que implican compromiso de privacidad se ha encontrado por una parte con la dificultad de evitar decir cosas que atentasen contra esos compromisos, y por otra parte con la posibilidad de decir demasiado poco, impidiendo que un tema tan importante como este resultase inteligible para el lector no masónico. El autor ha conseguido superar este doble problema. Si bien ha sido leal respecto a aquellos asuntos que constituyen el conocimiento privado de comunidades secretas, ha sido sumamente generoso en todo aquello que excede el ámbito de los sistemas instituidos y no puede ser monopolio de nadie salvo de la humanidad en su conjunto. Por esta razón, aunque aquellos que son oficialmente Masones se encontrarán en situación ventajosa en virtud de su conocimiento desde dentro, el libro no necesita ser considerado como restringido para Masones, sino que es para un público más amplio. Cualquier Masón, independientemente de su rango, lo recibirá como una iluminación, quizá poco esperable en lo referente a su propia ciencia, que es ahora y por primera vez sometida a una exégesis nunca hasta ahora acometida. En la medida en que el profano pueda estar tan interesado como el iniciado en el desarrollo del conocimiento místico y la filosofía, e igualmente en las formas en que estos han encontrado expresión con el paso del tiempo, así encontrará un amplio espectro para una instrucción y reflexión provechosa.

Las limitaciones de espacio no nos permiten hacer referencia detallada al contenido del libro del Sr. Waite, o a la interesante colección de ilustraciones de símbolos crípticos e imágenes, algunos de los cuales han sido visiblemente asociados con la expresión y transmisión de doctrinas y ritos místicos, y de los cuales hay algunos reproducidos. Ambos volúmenes constituyen una cuidada presentación de un trabajo único, al cual, como Masón, doy la bienvenida con todo agradecimiento, recomendándolo a mis Hermanos y a todos aquellos a quien pueda interesar como la más importante contribución a la literatura masónica que ha aparecido hasta ahora. He preferido limitarme en esta reseña a resaltar mi convicción de su valor, y a indicar la certeza de que marcará una época en la historia de un sistema que se ha desarrollado, por así decirlo, a partir de una semilla de mostaza hasta haber sobrepasado la tierra entera. La Masonería, al menos en algunos de sus Grados, puede ser, tal y como el Sr. Waite lo describe, una expresión imperfecta de la Tradición Secreta, y el Masón medio puede, y sin duda lo hace, adentrarse en un conocimiento incompleto del contenido total de su sistema, a pesar de estar imperfectamente expresado, aunque puedan presentarse excusas por osar hacerlo. Pero la presente obra debería convertir tales dudas en inadmisibles, y por esta razón puede estar destinada a colaborar en la transformación y elevación del conjunto de la conciencia y razón de ser de la Orden Masónica. En un sistema que se ha desarrollado tanto como la Masonería lo ha hecho hasta ahora, y por una razón tan oscura e intangible, resulta, ahora que esa razón ha sido desvelada y se ha mostrado su razón de ser, que en él subyacen enormes posibilidades; y a este respecto me refiero menos a su futuro numérico que a la estatura espiritual de sus miembros.


La Masonería puede convertirse también en un baluarte de poder para el bien, máxime teniendo en cuenta la constante decadencia de las iglesias y lo insípido de sus enseñanzas. En relación con su futuro surge el tema, cada vez más acuciante, de la admisión de las mujeres, contra la que no hay, desde luego, ninguna objeción sustancial ni a priori. El conservadurismo que surge de una costumbre largamente establecida puede desvanecerse una vez que se ha alcanzado conciencia plena de la dimensión de esta búsqueda. Algunas Logias del continente están abriendo sus puertas a las mujeres, al tiempo que la Masonería mixta, junto con la Sociedad Teosófica, suponen ya numerosas Logias que admiten a ambos sexos. El Sr. Waite se muestra algo impaciente respecto a esta última tendencia, pero más debido al notorio patrocinio que le profesó un personaje tan esquivo como el Conde de Saint Germain que no por prejuicios ante el hecho de que la mujer pueda participar en ritos místicos y filosóficos. En palabras del Apóstol - Iniciado, ni el varón es sin la mujer, ni la mujer sin el varón, en la Idea Divina, y además de los numerosos precedentes de la antigüedad, hay buenas razones para asociarlos en cualquier sistema cuyo fin último sea la realización consciente de dicha Idea. Hubo una vez, recordará el lector, un edificio el cual, según las palabras de un gran profeta, fue rechazado y condenado por el Gran Arquitecto porque había sido «cementado con mortero mal templado». Las referencias que hago en este artículo referentes a la Masonería, al igual que respecto al libro del Sr. Waite, no están restringidas únicamente a los Grados Simbólicos y a su extensión, el Arco Real, sino que se extienden a todos los Grados Masónicos y otros ritos semejantes que subyacen tras estos Grados, quedando algunos de ellos totalmente más allá de la vista del Masón medio. Aquellos cuya existencia es conocida por el público son, como el Sr. Waite apunta, análogos a lo que en épocas anteriores se denominaban Misterios Menores. Pero igualmente subsisten más allá de estos unos Misterios Mayores, reservados para aquellos que son aventajados en el Arte. Tanto es así que se nos garantiza en esta obra que permanecen entre nosotros hoy en día. He escrito sobre el método masónico y el sistema iniciático en su conjunto, y si en lo que aquí he escrito no he hecho toda la justicia que debiera a la importante obra a la que hago reseña, la deficiencia se habrá debido al deseo de mostrar en el espacio de que disponía el punto de vista desde el que debe ser leída. Esta obra constituye la mayor contribución que la Orden ha recibido en el ámbito de la Masonería descriptiva. Ahora únicamente falta que la Fraternidad Masónica –y sin duda muchos espíritus inquietos fuera de ella– la aprovechen para ensanchar los límites de su comprensión en lo referente a este tema subestimado pero trascendental.





EL MANUSCRITO REGIUS (1390)






Hoy vamos a tratar el Manuscrito Regius, que es el primer documento que se conserva de los denominados Antiguos Deberes, los primeros documentos y la formulación ritual más antigua que se conserva de la Masonería. Se da además la circunstancias de que el documento Regius es único en su especie: mientras que los demás manuscritos de Antiguos Deberes incluirán elementos profesionales y morales, el Regius incluye también el elemento puramente iniciático (entendiendo la Iniciación como fenómeno místico).

Para entender el manuscrito Regius conviene primero ponerlo en su contexto histórico. En 1066 habia tenido lugar la batalla de Hastings, en el sur de Inglaterra. En esta batalla las tropas normandas derrotarían al último rey anglosajón, Harold II, y comenzaría el largo dominio normando de Inglaterra. El tremendo peso de la cultura francesa en Inglaterra se daría a todos los niveles. A título de curiosidad os comento que hoy en día el 70% del vocabulario inglés tiene etimología francesa.

Abadías cistercienses en Inglaterra
Un elemento muy importante que entró con la cultura francesa fue el Císter. Durante los siglos XII y XIII se produciría un fenómeno religioso de origen francés: la Orden del Cister, que gracias a la energía de Bernardo de Claraval se extendería por toda Europa. La Orden del Cister practicaba la Regla de San Benito, y dado el extraordinario desarrollo y peso específico de esta Orden, su Regla se convirtió en un paradigma ritual. En una Inglaterra bajo gobierno normando, su desarrollo fue inmediato. Sin duda no solo fueron únicamente los usos masónicos los que se inspiraron en la Regula Monachorum, sino sin duda todos los gremios, máxime si tenemos en cuenta que la Iglesia era el principal cliente de muchos gremios. Era la etapa de las Cruzadas y el comienzo de la construcción de las grandes catedrales.

El Císter practicaba la Regla Benedictina; y además era uno de los principales clientes de los canteros, cuando los canteros no eran los mismos monjes, de modo que la influencia que tuvo la Regla Benedictina en los usos masónicos fue muy marcada. Tanto, que hoy en día los masones seguimos haciendo en nuestras tenidas muchas cosas prescritas por la Regla. Podéis ver la influencia de la Regula Monachorum en la Masonería en la entrada del blog que ya hicimos a este respecto:





Los Antiguos Deberes (Old Charges) fueron desde su aparición en 1390 (manuscrito Regius) los textos de la Francmasonería que servían en una logia de masones operativos para recibir, una vez al año, a uno o varios Aprendices en el grado de Compañero. Para entender la estructura de un manuscrito de Antiguos Deberes debemos tener en cuenta que se trata de un texto destinado a ser leído a un candidato que va a entrar en una corporación profesional antes de que preste su juramento, por lo que los Antiguos Deberes tienen tanto una función profesional como moral. En este sentido se trata de una práctica común a todos los gremios profesionales, cuyas ceremonias consistían igualmente en la incorporación al gremio y la enseñanza de los usos morales de la actividad artesanal en cuestión. En el caso de los masones, según figura en el manuscrito Regius, la fecha era el 8 de octubre, día de los Cuatro Mártires Coronados. Una peculiaridad del Regius, y que también lo diferencia del resto de Antiguos Deberes, es que está escrito en verso.



El manuscrito Regius, el más antiguo de los Antiguos Deberes que se conserva (1390).

El manuscrito Regius, ofrece la siguiente estructura:

versículos 1 – 86         Historia geográfica del oficio de la masonería.
versículos 87 – 496    Lista de deberes masónicos incluyendo el juramento masónico.
versículos 497–534    Martirio de los Cuatro Santos Coronados.
versículos 535–537    Diluvio de Noé.
versículos 538–550    Detención de la construcción de la Torre de Babel.
versículos 551–578    Elogio de las siete artes liberales.
versículos 579–794    Lista de deberes morales propios de todo cristiano.


Lo primero que se constata es que el documento Regius es de carácter cristiano; no solo eso, sino que en él se cita tanto a la Santa Iglesia como a la Eucaristía, de modo que su cristianismo es católico romano. Únicamente a partir del cisma de la Iglesia de Inglaterra con Roma podrán considerarse los Antiguos Deberes como textos de carácter anglicano. 

Según el juramento ritual del Regius, el recipiendario debía jurar «ante sus Compañeros y Maestros», lo que nos hace deducir que se trataba de un Aprendiz Entrado que iba a pasar al grado de Compañero (los Aprendices Entrados no contaban con ritual entonces). El recipiendario juraba «mantenerse fiel a esas leyes» que se le acababan de leer y se convertía en Compañero. Inicialmente nos encontramos con elementos profesionales, pues nos encontramos alusiones al constructor Nemrod (Génesis 10, 8 – 12), a la leyenda de los pilares antediluvianos, a Abraham descrito como constructor (Génesis 12, 6 – 8) y la torre de Babel (Génesis 11, 1 – 9). Sin embargo, a partir del versículo 497 y hasta el final, el Regius olvida por completo su razón de ser profesional para convertirse en algo esencialmente distinto: a partir de ahora nos encontraremos con una serie de referencias apocalípticas (la muerte de los Cuatro Mártires Coronados, el Diluvio y el fracaso de la torre de Babel), que se ven seguidas por un elogio de las siete artes liberales, donde se concentra el contenido iniciático del manuscrito.





A la hora de describir el fenómeno místico dela Iniciación, los masones operativos han realizado numerosas probaturas. Lo más habitual es que tomasen como modelo a algún santo del Antiguo Testamento, ya fuese Enoc, Besalel, Noé o, como es hoy en día, Hiram Abiff. Sin embargo, lo que hicieron los autores del Regius fue aprovechar la Regla Benedictina para, modificándola, plasmar la Iniciación. 

La Masonería actualmente está tan adulterada que nos olvidamos que su razón esencial de ser es la Iniciación entendida como fenómeno místico, y solo así adquieren sentido los rituales y la secuencia de grados. Pero hoy en día la encontramos mezclada con un laicismo que no siempre es moderado, del mismo modo que la encontramos mezclada con una vocación política incompatible con la verdadera Iniciación, pues el místico huye al desierto, no se pone a discutir en el ágora. Por ello puede chocarnos la afirmación de que la institución que más sabe de Iniciación es la propia Iglesia Católica, la cual la lleva practicando en sus órdenes religiosas más de 1600 años (y el que no lo crea, que lea a Teresa de Jesús o a San Juan de la Cruz para ver las descripciones más atronadoras y espectaculares de la Iniciación). 

En la Regla Benedictina la parte Iniciática está contenida en el capítulo VII La Humildad. Este capítulo es relativamente largo y consta de epígrafes como Una escala que se sube bajando, El temor de Dios, No hagas tu propia voluntad, Conténtate con lo peor, etc. Veamos lo que se dice en Una escala que se sube bajando:


Por tanto, hermanos, si queremos llegar a la cumbre de la humildad y llegar pronto a aquella exaltación celestial a la que se asciende por la humildad de la vida presente mediante los peldaños de nuestras obras, tendremos que levantar aquella escala que Jacob vio en sueños y en la que se veían ángeles bajando y subiendo. Sin duda alguna, en el bajar y subir no entendemos otra cosa sino que por la exaltación se baja y por la humildad se sube. Pues esa escala levantada es nuestra vida temporal que Dios eleva hasta el cielo por nuestra humildad de corazón. Los largueros de esa escala son nuestro cuerpo y nuestra alma. La vocación divina ha dispuesto en ellos diversos peldaños de humildad o de observancia que se deben subir. 

Los autores del Regius sustituyeron las virtudes que promulgaba el capítulo VII por las Siete Artes Liberales:

Muchos años más tarde, el buen clérigo Euclides
El oficio de geometría enseñó por el mundo,
Y en este tiempo hizo también
Diversos oficios en gran número.
Por la alta gracia del Cristo en el cielo

Las siete ciencias fundó;

Gramática es la primera, lo sé,
Dialéctica la segunda, me congratulo,
Retórica la tercera, que no se niegue,
Música la cuarta, os lo digo,
Astronomía es la quinta, por mis barbas,
Aritmética la sexta, sin duda alguna,
Geometría la séptima, y cierra la lista,
Pues es muy humilde y cortés.

En verdad, la Gramática es la raíz,
Todos la aprenden en el libro;
Pero el arte supera este nivel,
Como del árbol el fruto es mejor que la raíz;
La Retórica mide un lenguaje esmerado,
Y la Música es un suave canto;
La Astronomía da el número, querido hermano,
La Aritmética demuestra que una cosa es igual a otra,
La Geometría es la ciencia séptima,
Y distingue la verdad de la mentira, lo sé;
Quien de estas siete ciencias se sirva,
Bien puede alcanzar el cielo.




Es decir, lo que está haciendo el manuscrito Regius es sustituir las virtudes que pueden conducir a la visión beatífica, fin último de la Iniciación, por las siete artes liberales, afirmando que "Quien de estas siete ciencias bien se sirva, bien puede alcanzar el Cielo", y dándole un protagonismo muy especial a la Geometría, a la que describe, de una manera platónica, como "la que puede separar la verdad de la falsedad"; es decir, no estamos hablando de una disciplina práctica o profesional. 

Seguramente estaba ya extendida entre los masones operativos la creencia de que la Geometría era una disciplina espiritual, del mismo modo que debía haber ya, como sucede hoy en día, una tendencia masónica que renunciaba al misticismo. Esto lo sabemos por el manuscrito Cooke, de c.1410, el cual es de un carácter muy distinto. En Cooke no aparece ninguna exposición moralizante de los efectos del mal, y además la lista de las artes liberales, que en Regius era un trasunto de la Escalera de Jacob que, practicada filosófica o platónicamente, permitía acceder al Cielo, en Cooke es presentada únicamente como unas ciencias y artes que permiten resultar gratos a Dios mientras uno se gana la vida trabajando honradamente. Pero Cooke no solo abandona la idea de que la práctica filosófica de las siete artes liberales conduce al cielo a quien las practica, sino que identifica a la dialéctica con la sofística, lo que es un verdadero golpe bajo contra Regius, pues si este concibe la dialéctica como un escalón de la escalera que conduce a la contemplación del Bien, los sofistas, al contrario, tenían una consideración práctica de la dialéctica, y ya Platón criticaba de ellos su formalismo y sus trampas, que perseguían no ya discernir la verdad sino presentar argumentos falaces como sólidos por medio de artificios retóricos, independientemente de su veracidad. El autor de Cooke estaba acusando a Regius de hacer trampas y estaba emborronando voluntariamente su espíritu iniciático. No es de extrañar que, más de tres siglos después, cuando en 1717 se fundaron los Modernos, estos escogiesen como Reglamentos el manuscrito Cooke, con el que compartían el rechazo al misticismo, plasmado en el Arco Real de los Antiguos.

Aparte de su contenido iniciático, Regius tiene otras partes sumamente interesantes y que nos demuestran el gran ingenio de su autor o autores, y por ello resulta difícil leerlo sin quedarse prendado de un texto tan extraordinario. Por ejemplo, reproducimos la parte de Regius en que explica cómo debía comportarse un miembro de la logia cuando se hallase ante un noble o un señor:

Quiero además enseñarte,
Y a tus compañeros, oíd esto,
Cuando ante un señor te presentes,
En una casa, en el bosque o en la mesa,
La capucha o el gorro debes quitarte,
Antes de estar frente a él;
Dos o tres veces, sin duda,
Ante el señor debes inclinarte;
Doblarás también la rodilla,
Y tendrás así salvo tu honor.

No te pongas el gorro o la capucha
Hasta que te dé permiso.
Todo el tiempo que hables con él
El mentón alto con franqueza y amabilidad mantén;
Así, como el libro te enseña,
Mírale a la cara con gentileza.
Tus pies y manos ten tranquilos,
Sin rascarte, ni tropezar, sé hábil;
Evita también escupir y sonarte la nariz,
Espera a estar solo para ello,
Y si quieres ser sabio y discreto,
Gran necesidad tienes de gobernarte.

Cuando entres en la sala,
Entre personas bien nacidas, buenos y corteses,
No presumas de nada,
Ni de nacimiento, ni de tu saber,
Ni te sientes ni te apoyes,
Es el signo de una buena y apropiada educación.

No te dejes llevar en tu conducta,
En verdad la buena educación salvará la situación.
Padre y madre, sean quienes sean,
Digno es el hijo que actúa dignamente,
En la sala, en la cámara, donde te encuentres;
Las buenas maneras hacen al hombre.

Presta atención al rango de tu prójimo,
Para dirigirle la reverencia que conviene;
Evita saludar a todos a la vez,
Excepto si les conoces.
Cuando a la mesa sentado estés,
Come con gracia y decoro;
Vigila que tus manos estén limpias,
Y que tu cuchillo sea cortante y afilado,
Y no cortes más pan para la vianda
Que aquel que puedas comer;
Si así actúas junto a un hombre de rango superior,
Bien entonces harás.

Déjale que se sirva primero la comida,
Antes de tocarla tú.
No cojas el mejor trozo,
Aunque él te lo indique;
Mantén las manos limpias y decentes,
Para no tener que usar la servilleta;
No la uses para sonarte las narices,
Ni te limpies los dientes en la mesa;
Ni mojes mucho los labios en la copa,
Aunque tengas mucha sed;
Esto te haría lagrimear,
Lo cual no es demasiado cortés.

Mira de no tener la boca llena
Cuando vayas a hablar o a beber;
Si ves que alguien bebe
Escuchando tus palabras,
Interrumpe pronto tu historia,
Para que beba el vino o la cerveza.
Vigila además de no ofender a nadie,
Por achispado que esté;
Y de ninguno murmures
Si quieres salvar tu honor;
Pues lanzar tales palabras
En molesta situación te pondrían.

Retén tu mano en el puño
Para evitar decir: “si lo hubiera sabido”,
En un salón entre bellas damas,
Ata tu lengua y sé todo ojos;
No rompas en carcajadas,
Ni armes jaleo como un bellaco.
No bromees si no es con tus semejantes,
Y no cuentes a todos lo que has oído;
Ni te vanaglories de tus actos,
En broma o por interés;
Con bellos discursos puedes realizar tus deseos,
Pero también los puedes echar a perder.

Cuando te encuentres a un hombre de valor,
No debes llevar gorro o capuchón;
En la iglesia, el mercado o el pórtico,
Salúdale según su rango.
Si andas con alguien de un rango
Superior al tuyo,
Ves por detrás de él,
Pues esto es de buena educación y sin falta;

Cuando él hable, estate tranquilo,
Cuando acabe, di lo que quieras,
En tus palabras sé discreto,
Y a lo que diga presta atención;
Pero no interrumpas su historia,
Aunque sea debida al vino, o a la cerveza.
Que Cristo entonces, por su gracia celestial,
Os conceda el espíritu y el tiempo,
Para comprender y leer este libro,
A fin de obtener en recompensa el cielo.

¡Amén! ¡Amén! ¡Así sea!
Digamos todos, por caridad.



Puede encontrarse el manuscrito Regius íntegro en la web de la Gran Logia de España: